Con ocasión de las exposiciones antológicas en París de dos de los más grandes fotógrafos del s. XX, Henri Cartier-Bresson y Robert Mappelthorpe, en el centro Pompidou y el Petit Palais respectivamente, en mi sección del programa Los Misterios nos miran, «Conociendo el arte», de esta semana reflexiono sobre la relación de la pintura y la fotografía.
Para aquellos que escucharon el programa o se descarguen el podcast inmediatamente después de leer este artículo no me extenderé sobre las biografías y obras de ambos fotógrafos, que pueden encontrarse en extensión en la red, sino en la medida de lo posible, sobre la pérdida de distinción entre ambos medios.
El dilema de fotografía como arte o arte como fotografía quedó caduco en los años 60-70. El experimento de David Hockney en su etapa polariod o los collages de Witkin o en el caso de la artista madrileña Ouka Lele, las fotografías pintadas no permiten distinguir ambas técnicas, y al mismo tiempo no dejan lugar a la duda de que todas ellas son obras de arte en mayúsculas.
La fotografía desde su invención a cuatro manos a mediados del siglo XIX ha convivido amigablemente con el arte. Pese a la extendida certeza de que la fotografía «mató» a la pintura, en concreto la de tema paisajista, el desplazamiento fue con respecto a la pintura de retrato.
A modo de muestra, el empresario que incluyó una fotografía de carnet en las tarjetas de visita se hizo de la mañana a la noche millonario.
Lo que hoy vemos como una cosa natural fue una gran innovación.
Y sin embargo la colaboración desde un buen principio no fue nada desdeñable. Coubert, el genio de la corriente realista, utilizó, mejor dicho, copió fotografías de paisaje y mejoró la factura final.
Las fotografías en blanco y negro de principios del siglo XX son incapaces de reflejar las nubes del firmamento o los segundos planos, que quedan desvaídos a causa del contraste. Asimismo la fotografía hizo ver el mundo de otra manera.
Muybridge mostró en una exposición universal como el caballo en el momento álgido del galope no posa las patas en el suelo. A partir de 1855 los cuadros de carreras caballos de Degas se ajustarán a la realidad. Los museos, las grandes colecciones los museos nacionales, salieron a la calle gracias a la fotografía.
Son infinidad los puntos en común de un matrimonio bien avenido.
No le faltó a la fotografía un gran pensador de la talla de Walter Benjamin que reflexionara sobre su impronta en las demás artes. En el hoy visionario ensayo «La obra de arte en la época de su reproducibilidad técnica» W. Benjamín destaca como la autenticidad de la obra de arte queda mermada en su duración y en su capacidad de testimonio histórico. La punta de lanza de su ensayo es la pérdida del «aura».
En sus palabras. «Incluso en la reproducción más perfecta falla una cosa: el aquí y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible en el lugar en que se encuentra». La reproducción del objeto de arte a través de la fotografía emancipa el objeto del ritual, o en su defecto de la religión.
Ya no se podrá hablar de una copia auténtica. Todas lo son. La praxis de la recepción del arte será la política o el mercado. Ahí estamos.
Os dejo el audio en el que hablamos precisamente de este tema en mi sección de esta semana y a continuación una galería de fotografías realizadas por Henri Cartier-Bresson y Robert Mappelthorpe.
AUDIO DEL PROGRAMA:
GALERÍA DE IMÁGENES: